Yee-Hah!!!

 

 

 

A modo de entrante:

El culo de Meg tiembla como dos enormes igloos de mozzarella aromatizados con fresa. El culo de Meg tiene los lunares justos (pocos, espaciados y pequeñitos) para hacerlo más entrañablemente real. En su ojetillo hay enanitos asomados con impermeables (como turistas visitando las cataratas del Niágara) cuando Meg juega sola. Rescatamos a Stewie agarrados a la cuerda, recorriendo el corredor rectal, en cuyas paredes vimos piercings (lágrimas de esmeralda y rubí, como joyas de Dalí) y graffitis que decían “HOUSE WAS HERE!!!”. Todos salimos cubiertos de mocarradas ectoplastas (gelatina verde que olía a demonios) pero nos lavamos en sus yodados y sabrosos humores, cual spot de crema regeneradora de la dermis. Alrededor de su ojetín las estrías, caleidoscópicas, se nos antojan cristalizaciones de caramelos de violeta. De hecho, Juan Kaldo, un cocinero de Orio devoto de Arzak, gusta de servir sus flores de lombarda al hielo seco arracimadas sobre lecho de culo de gordi, por la sincromía violácea que tanto incita al apetito. El culo de Meg, tan tembloroso y nacarado, es la puerta que nos une a universos paralelos (de colores).

 

 

 

 

Ella, en una realidad melliza tan sólo atisbada en visiones de duermevela, hab(r)ía cabalgado, (a)morosa y mórbida, atenazada a los lomos de la plesiosaura Isaura, en el lago vaginalmente profundo que queda no muy lejos de Aberdeen (el viejo Angus la ¿vio? pero se llevó a la tumba esa imagen suya de nácar umbrío). En la realidad presente, sin embargo y no obstante, ella ha decidido acabar con los sinos imponibles sin derecho a retención, con las (im)presiones ajenas que tratan de hacerla su rehén sin derecho a réplica. Y, de ahí que, en consecuencia, se aparte, se oculte, se destierre a lo más hondo de sí, ouroborizándose cual húmeda cochinilla (cual soriático pangolín), autotunelándose con su cabeza/puño en los abismos rectos promisorios de magma moreno y amelazante, curiosa de lo más irreductiblemente propio, anhelando alcanzar su trono en la catedral uterina de su invención, en ese domo amable bañado con un tibio calabobos de luz ¿g?enital procedente de soles ipsofláuticos, instantáneos, intransferibiles, inconcebibiles en cualquier otro lugar salvo como imago miniaturizada de Lugares Otros (a la sombra de la propia luz, podría decirse). Helo ahí the secreto von сфинктер. El arcano original. De reojo, con las lentes chorreando humor amarillo, ella observa las paredes acolchadas, sus sedosas vellosidades, y se deleita en los graffiti enmarcados y protegidos bajo cristal tintarellamente lunarizado. Graffiti como improbables cubiertas de libros improbables por elaboradas con materiales y propósitos ya extintos gritando quedo ecuaciones imp@sibles por lúcidamente insanas: «ETOGONIA VS ANTIUTOPIA = gérmenes de honor como vilanos que flotan en el aire primerizo y no ese alicorto y torpe y tan villano cinismo terminal» o «ANO CERO = en el comienzo, sí, está la meta». Y la eviterna interrogante: ¿graffiti revelados sí o sí como destino ineludible o graffiti desarrollados desde la semiconsciente presunción de un libre albedrío, elaborados alevosamente, aprOstata?  Así, Megan, haciendo honor a casi todas las letras de su nombre, se crece dentro de sí, se empreña sola sin compañía de otros, pleromágica y plena, más allá de las miserias del exterior, acogotando los anecdóticos tongos de los días tirados a la basura con la soga dorada de la Categoría que se sitúa más allá del Tiempo. Apetece eternidades que retornen al punto de partida, a ese punto en el que no recuerda (por mucho que se esfuerce) haber estado antes. Anhela anamnesias esclarecedoras, auges de augurios. Cierra los ojos y se zambulle en su lago, presintiendo en su inminencia inmanente el latido de algún monstruo por cabalgar (algún fiel amigo con el que surcar atenazada gozosamente sobre sus lomos las aguas negras).

 

 

meg