«¡No hay sino dos clases de hombres, o de lo que sea, y en lo que sea:
los trabajadores y los chulos... una cosa u otra, no hay más!» (LOUIS FERDINAND CELINE, «CONVERSACIONES CON EL
PROFESOR Y.»)
Vincent
Van Gogh, en vida, aparte de no vender un puto cuadro, era considerado
(excepción hecha de su hermano Theo y de algunos pintores –y éstos, con
reticencias-) no como un artista sino como un caso clínico. Hoy su obra es
objeto de las más abusivas operaciones especulativas del mercado del arte.
En mi caso, buena parte de las personas que se han acercado a mi obra, en realidad, lo han hecho sin el menor respeto por ella ni por la persona que la alumbró. Condicionantes políticos o de mera antipatía personal han marcado sus juicios y valoraciones. Así, con ocho libros publicados (si contamos el que sacó MONDO BRUTTO en el 97 –la segunda versión de «TODOS LOS CHICOS Y CHICAS»- y que escondieron debajo de las piedras cuando su tirano Galactus cambió de humor con respecto a menda), sólo una reseña (de Joaquín Arnáiz en ABC a propósito de mi novela «MARY ANN», allá por el 85) estudia con atención una de tales obras. El resto (dejando aparte las menciones elogiosas –Esther Peñas, Juan Bonilla...- aparecidas en este nuevo milenio sobre la misma obra) no merece mención, o si se ha comentado (mis libros sobre la Movida o sobre las Vainicas), lo ha sido en cuanto fuente documental, nunca como trabajo de autor.
De mis canciones publicadas (no
incluyo las de KAKA, cuyos créditos de autoría son bastante confusos –gracias a
la brillante idea de Enrique Sierra de firmar todos en comandita-), más
de treinta y cinco llevan música mía (la mayoría del todo, algunas sólo en
parte). Pues bien, nunca jamás de los jamases se ha valorado esta faceta de mi
creatividad: se me reconoce como letrista, pero, según parece, no existo como
compositor (pregunta del millón: ¿mis temas más celebrados -«PARA TI», «AQUELLA
CANCION DE ROXY», «EL FUTURO», «EN CUALQUIER FIESTA», «ACCIDENTE», «MAKOKI»...-
lo serían igualmente si los hubiese grabado sin música, en plan rapero?). Tal
vez ahora estén cambiando las cosas (aunque sea de un modo siniestramente
chusco): del cd de POP DECO, Jesús Rodríguez Lenin (quien en su momento –año
88- me machacó con sádica delectación -en LA LUNA, creo recordar- a propósito
de una actuación de PROYECTO BRONWYN en la sala Jácara –una vileza
hooliganesca, falsamente justificada por fobias políticas-) escribió no hace
mucho en EL MUNDO que las canciones de POP DECO, hórridamente megalómanas en
sus textos, tienen algo de interés en sus melodías, y también valora
positivamente los tres bonus tracks del 2006, dos de ellos con música mía.
Tiene su guasa esta arbitrariedad de algunos críticos, quienes gustan de
escribir de mis discos y actuaciones, no desde un mínimo ápice de rigor sino
desde la llamada de su bilis (uno de tales críticos, según me han dicho, ni se
molesta en presentarse en el concierto: tiene escrita la gacetilla de antemano
y como nadie va a rasgarse las vestiduras por lo que diga o deje de decir sobre
mi inmunda persona, pues adelante con los faroles, una puya más que de seguro
será celebrada con alborozo por ese sector de gentes siempre ávidas de palos al
Zurdo –un poco como aquellas clacs hijoputescas de la postguerra que iban a
patear los estrenos de Jardiel por sistema-).
Por no olvidar los comentarios
escritos con un tono falsamente conmiserativo de gentes a quienes, al parecer, les
duele El Zurdo, pero bajo cuya manta de jeremiadas se detecta un regodeo
por retratarme como un juguete roto, un desgraciado metepatas, un ser
disfuncional que jamás llegará a nada (para que no me acusen de
paranoico señalaré un rasgo que les delata: la irritación que les sigue
produciendo el que nombres tan prometedores de la música o el periodismo
alternativo como Charlie o Dildo continúen a mi lado, se malogren
apostando por mí –en esa irritación se les ve claramente el plumero-). Si estos
señores me aprecian tanto, ¿no deberían congratularse de que gente de valía
todavía me apoye y no deberían también identificarse un mínimo con lo que hago,
cosa que en sus comentarios brilla por su ausencia, porque no se enteran en
absoluto de qué va mi película? Y es que, queridos amigüitos, eso de jugar a
Roger Waters recordando con tristeza a Syd Barrett no cuela en mi caso y menos
por vosotros.
Más sangrante (y aquí la
comparanza con el caso Van Gogh viene pero que muy a huevo): cuántos de mis
tratos con editoras y casas de discos han abundado en pura y dura especulación
comercial y completo desprecio por el artista. Gloriosas excepciones hechas
(Juan Luis Recio –bastante motivado, todo sea dicho, por mi mentor Eduardo Haro
Ibars-, Miguel Angel Sánchez y, muy especialmente, Mario Pacheco; sin olvidar,
de modo más tibio pero al menos correcto, la actitud para conmigo de un Antonio
Huerga o un Mikel Barsa –tal vez no muy volcados en mi obra ni en mi persona,
pero sí capaces de actuar con un cierto respeto, sin tejemanejes ni
manipulaciones-), puedo recordar la conducta canallesca del Mariscal Romero con
KAKA DE LUXE (y sobre todo conmigo, cuando dijo en un artículo promocional de
su sello Chapa que yo iba por las calles dando cadenazos a los obreros),
las batallas de PARAISO en Zafiro con José Manuel del Moral (quien, cuando pasó
a EMI, intentó convencer a Julio Palacios, productor a la sazón de las
debutantes AZUCAR MORENO, que me había pedido canciones para ellas, de que
rompiese cualquier relación conmigo porque yo era un loco hijo de puta),
los arranques sectarios de María Calonge (según confidencia de la difunta Cucha
Salazar, que me merece plena credibilidad) de retrasar la publicación en Júcar
del libro sobre las Vainicas por mi apoyo de entonces a AP (efectivamente, el
libro, desde la entrega a la editorial hasta que se publicó, tuvo bastante
demora), el completo desprecio por un producto que le salía barato (yo
había pagado la producción) de Paco Martín con el disco de PROYECTO BRONWYN (un
par de años después repetiría exactamente la misma jugada con el lp de Micky
«OCTUBRE», en el que yo intervenía como letrista)... Podría seguir
prácticamente hasta ahora mismo en esto de firmar contrato con alguien por un
material que ni le va ni le viene (empatía cero) pero que tal vez venda (el
mundo está loco, loco, loco y la gente compra lo que sea y esas cosas): de ese
retorcido juego se libró, afortunadamente, Van Gogh (de vivir hoy, los mismos
que lo consideran un caso clínico, le harían firmar contratos para mover su
obra, no porque valorasen ésta en lo más mínimo sino por mero impulso comercial
–si se corta la otra oreja y además el rabo seguro que rompemos el mercado-).
Como les comenté a algunas gentes
próximas a mi obra (como Esther Peñas, Dildo, Charlie o Juanjo Seixas, todos
forofos de mi novela «MARY ANN» -Esther y Dildo se escandalizaron de que se
vayan a reeditar otros libros míos y no éste, Juanjo se lamentó de no tener
dinero para reeditarlo y Charlie quiere musicar el poema final dedicado a Greta
Garbo-), el hecho de que esta obra provoque mal rollo entre los filisteos
evitará por lo menos que ningún desaprensivo busque reeditarla por motivos
estrictamente comerciales y, si alguien lo hace, será como un acto de amor y
simpatía al libro, a la Garbo y a mí. Eso vale bastante más que un contrato
bien remunerado.
Alguien me dijo que mi error
máximo ha consistido en no morirme. Basaba su argumentación en cómo Eduardo
Benavente, Poch, Enrique Urquijo o Carlos Berlanga, no siendo muy apreciados
(salvo selectas minorías) los últimos momentos de su vida, se revalorizaron
bastante al finar. Esta contumacia celiniana mía en seguir vivo y sin bajar la
testuz, sin babear disculpas ante gentes que carecen de la menor autoridad moral
para exigírmelas, por lo visto, me pierde. Pero, la verdad, me cabrearía
bastante que quienes mientras vivía me negaron el pan y la sal jueguen a
redimirme si la diño: espero serles lo bastante odioso como para que ni
siquiera entonces se lo planteen. Como también espero ver, antes de morirme yo,
el desfile de sus cadáveres frente a mi puerta. No es muy evangélico (nunca he
sido muy evangélico) pero da gustito.
Si cuando muera, el planeta está
en irreversible trance de ser gobernado por los simios y toda la industria
cultural de Occidente (ese inmenso e hijoputesco burdel) se va a la más
completa mierda, moriré eyaculando (como Ugo Tognazzi en «LA GRANDE BOUFFE»
comiéndose su propio pastel). Y, amigo Van Gogh, donde quiera que estés,
quedarías vengado.
POSTDATA 1
Hay dos maneras de querer a a una
hermosa pelirroja, a una gorda, a unos dálmatas o a un Zurdo: desde la empatía
o desde la codicia. No es lo mismo apreciar a alguien, participar de ese
alguien, disfrutar con su compañía o en compañía de sus creaciones, que desear
adornarse con su pellejo, que intentar apropiarse de ese alguien y anularlo y
decir que ese alguien, en realidad, somos nosotros, pero en mejor. No es lo
mismo amar a alguien que coleccionarlo, bien clavándole un alfiler en la tripa
y guardarlo en una vitrina, bien colgándolo de un perchero del guardarropa,
bien acaparando toda su obra sin sentir más que una superficial atracción por
la misma. El que empatiza, aprecia. El que codicia, desprecia. No me interesas
tú, me interesa una parte de ti y el resto, a la basura. Yo (y esto lo discutí
muchas veces con gentes muy vinculadas a la disociación postmoderna de
pretender apreciar la obra de alguien sin sentir el menor apego a su persona o
a su visión del mundo: esa pulsión neoalejandrina, decadente, de la
postmodernidad como época no de fans ni de aficionados sino de coleccionistas o
de codiciosos peleteros) asumo que muchos me detesten y una minoría tirando a
ínfima me aprecie, pero me repugna, me siento violado una y otra vez (¿acaso no
es eso –la codicia- uno de los meollos de la violación?), cuando alguien
intenta despojarme de mi palabra, de mis valores, de mis rasgos, y quedársela
él desde la más absoluta falta de sintonía, caricaturizándome, momificándome, o
haciéndome objeto de especulación, pura mercancía biodegradable.
La gente sin identidad, sin visión
del mundo, sin mundo propio, codicia y es incapaz de apreciar. A partir de
1945, con la obra de personajes a depurar o a perseguir (Leni Riefensthal,
Céline...), no se la arroja a la hoguera o se la encierra bajo siete llaves
como algo nefando, sino que se especula con ella aunque prácticamente
enajenándola de las manos de su autor. Se quema a la bruja pero uno monta una
droguería con sus pociones y ungüentos. Este avance de la plutocracia
occidental supone uno de los rasgos más canallescos de las últimas décadas. Ya
se había hecho, a título póstumo, con la obra de grillados como Van Gogh o
excéntricos como Baroja, que en vida jamás habían llegado a un mínimum de éxito
con sus creaciones, pero a los que la especulación cultural posterior convirtió
en clásicos. Pero, ahora, la operación es más retorcida y canallesca: la gorda
está viva, es despreciable, inmunda, sus ideas apestan, pero tiene muy buena
piel y le iremos arrancando tiras y tiras una y otra vez hasta que la diñe.
Supongo que, en mi caso, la veda la abrió Diego A. Manrique cuando, al tiempo
que se ensañaba en su caza de brujas contra mí, acuñaba respecto al «PARA TI»
aquello tan pomposo de «himno de toda una generación» (que dio pie a
cierta escritora bastante hostil a mi visión del mundo y a mi imagen pública a
titular una de sus novelas con una línea de dicha canción). A partir de ahí, y
como ya se había hecho con Riefensthal o Céline, el pellejo de la gorda inmunda
y antidemócrata es expropiable por cualquiera.
Al lado de esto, la destrucción de
los budas de piedra por los talibanes resulta ejemplar, como ejemplo de
integridad y coherencia en el marco de un conflicto religioso, frente a las
críticas occidentales basadas en la especulación y la explotación de algo cuyo
verdadero significado hace tiempo que perdieron.
Sólo me queda mi palabra (y la de
unos escasos afines –no aduladores, porque bien poco beneficio material van a
sacar de mí, más bien todo lo contrario: hoy por hoy, ser amigo o
colaborador de El Zurdo es más una patata caliente que un pretexto para la
vanidad o la autopromoción-), para explicar a los demás qué soy y por qué
lo soy. De ahí que no tolere robos de identidad, ni especulaciones, no por
megalomanía sino por (al tener justo lo poco que tengo) ser consciente como
nadie del tremendo valor (para mí) de esas tan contadas posesiones. Ayn Rand
comprendería como nadie este sentimiento.
POSTDATA 2
Ya que he mentado a AR (que consideraba una falta grave toda acción
gratuita), estará bien situar aquí el siguiente aviso: llevo desde tiempo
inmemorial (casi treinta años) designado como cronicón de varias cosas (la
Movida, las Vainicas, la Contracultura, los fanzines...). En todo ese tiempo,
me han asaeteado con encargos (algunos remunerados, la mayoría no) para que
aportase mi conocimiento y reflexiones sobre estos asuntos. En el último bienio,
estos encargos se han multiplicado hasta un extremo casi grotesco. Hasta ahora,
nunca me había negado a colaborar pero, qué quieren, uno ya se harta de contar
las batallitas gratis (cada vez más monótona la cosa, porque cada vez son más
faltos de imaginación quienes me entrevistan) y de que ni siquiera tengan el
detalle de pasarme un ejemplar de la obra que recoge prolijamente esas
batallitas y con la que se lucrarán otros (yo, ya digo, no tengo siquiera
derecho a una copia –así, a bote pronto, pienso en la biografía de Eduardo Haro
Ibars por J. Benito Fernández, el tocho de Salvador Domínguez sobre la Movida y
Postmovida, o el cd/dvd de SISA homenajeando a las Vainicas-). Por tanto, tomen
nota: no vuelvo a participar en ningún proyecto de documental, cd/dvd, libro o
lo que sea retrospectivo SI NO SE ME PAGA. ¿No me vuelven a llamar?: perfecto.
Más tranquilo viviré estos últimos años sin tener que repetir por vigésimo enésima
vez lo que ya está más que dicho en libros, artículos y entrevistas televisadas
a lo largo de más de un cuarto de siglo. Sólo aceptaré sin exigencia de
remuneración entrevistas en las que se plantee un estudio serio sobre mi
trayectoria o sobre mis actividades en curso. Avisados quedan.