PRINCIPIOS
Y CRITERIOS
DEL
ARTE UNIVERSAL
intro del webmeister
Cabe la gloria indisputable
para ese loco fascista digno de mil jaulas (según las convenciones)
llamado Ezra Pound el haber sido, con su revisión de cierto poema de T.S.
Eliot, el iluminado instrumento que abriría los caminos de la gloria para este
autor (hoy considerado uno de los pilares de la literatura universal –incluso por
encima de quien revisó y corrigió su poema- y paradigma del espíritu sereno
frente al frenesí irredento de Pound). A veces, cuando miro atrás y reflexiono
sobre mi trato con Luigi, me siento un poco Pound en relación con Eliot, en el
sentido de haber supuesto la puerta que le llevó a descubrir/profundizar en
nombres y realidades que, tal vez de no conocernos, no habría llegado a
valorar, y de haber contribuido a que abandonase entornos que sacaban lo peor
de sí mismo y ahogaban las potencias que, con el tiempo, ha ido demostrando. El
zenmeister Rafa C. (cuya mirada parece intercambiable en decisión e intensidad
con la del autor que aquí reivindica Luigi) me ayudó a mí en un momento clave
de encrucijadas y, de mi mano, ha ayudado aún más a quien sigue firmando en
ocasiones como Dildo (no como nostalgia de épocas felizmente superadas sino
como negación jüngeriana del escapismo del converso, como constatación de que,
cada quisque, por muchos cambios y peripecias que sufra/goce, es ante todo un
continuum). Hoy Luigi se mueve in crescendo hacia vías de serenidad y
contemplación (tal vez su adn gallego le ayuda) en tanto mi frenesí, más viejo
y por tanto un poco menos atorrante, continúa tan irredento como el primer día
(aunque, quizás, a diferencia de Pound, y más cercano del ya mentado EJ, capaz
de asumir y valorar y respetar realidades de contemplación de las que mi
temperamento o daimon o karma o como quieran llamarlo siempre me mantendrá
distante como vivencias plenas). Y ya basta: sumergíos con Luigi en la figura
de Schuon, uno de los nombres básicos del Pensamiento Tradicional.
Hace
un par de años conseguí un libro que creía inencontrable: "Castas y
razas (seguido de Principios y Criterios del Arte Universal)", del
metafísico, pintor y poeta suizo Frithjof Schuon (1907-1998). Era (y aún es) el
número seis de la colección Sophia Perennis de la editorial Olañeta (entonces
–año 1983- aún llamada, con cierta pompa, Ediciones de la Tradición Unánime) y
de él sólo se editaron 2.000 ejemplares. Por eso, el hecho de haberme topado
con una copia nueva, (paradójicamente) olvidada en una recóndita estantería de
cierta librería progre madrileña y, encima, haber conseguido expropiarla con
éxito, se podría calificar casi de "milagro". Va a ser verdad
que los libros, como las mujeres, no se buscan: te encuentran… aunque, al mismo
tiempo, sean necesarias ciertas dotes de cazador sutil para hacerse con ellos.
Sabio
errático y barbudo, de estampa casi brugueriana y cierto parecido con el actor
español José Sazatornil “Saza”, Schuon es autor de libros fundamentales como "Tesoros
del budismo" o "De la unidad trascendente de las
religiones"… pero también de obras tan prescindibles como “El
sufismo, velo y quintaesencia”. Pese a sus altibajos, estamos hablando de
un experto en la materia (digamos) “contemplativa”, y su deslumbrante
inteligencia (en el sentido menos intelectual de la palabra) es algo que el
siglo XX no se merecía. Ni el XX, ni el XIX ni, muchísimo menos, el XXI. Porque, como bien dijo el pensador y
escritor tradicionalista católico Bernard Kelly, “Schuon habla de la gracia
como alguien en quien ésta es operativa y, por decirlo así, en virtud de esta
operación”. Y lo cierto es que Schuon no sólo fue iniciado en el sufismo
por el Sheik Mustafa al-‘Alawi, sino que él mismo se convirtió con su práctica
en un Sheik de tomo y lomo, rebautizado con el kilométrico nombre de Issa Nureddin Ahmad al-Shadhili al-Darqawi
al-Alawi al-Maryami. O sea, que Schuon no habla de oídas, no es otro
erudito cobarde con miedo a saltar al vacío, sino un contemplativo de verdad,
muy consciente de que las palabras se las lleva el tiempo y que lo único eterno
es la Práctica. Y esto es algo bastante difícil de encontrar en una época en la
que (incluso en estos mundos de Dios) no abundan los santos, ni siquiera los
genios, sino los criminales, los pícaros y los impostores.
La
primera parte del libro, "Castas y razas", es un ensayo
clásico y demoledor acerca del sentido y la función de las castas y las
particularidades de las razas, pero sus verdades, cual puños de acero, ya me
habían golpeado desde las páginas de otros volúmenes sobre “filosofía
perenne” en general e hinduismo en particular. No en vano, Schuon es un “continuador”
de las perspectivas tradicionalistas “a la europea” que fueron
comenzadas por el francés René Guénon, allá por 1920.
La
mayor sorpresa la encontré en la recta final del libro, en ese ensayo que, bajo
el título "Principios y criterios del arte universal", explora
la decisiva importancia del arte en la vida contemplativa, contraponiendo arte
sagrado y arte profano y subrayando la responsabilidad del artista a la hora de
recuperar la belleza en el caos feísta del Occidente contemporáneo. Aunque
tampoco era nada nuevo (el orientalista anglo-indio Ananda Coomaraswamy, por
poner sólo un ejemplo, ya había tocado el tema en obras como “Sobre la
doctrina tradicional del arte”, publicado en 1933; y el propio Schuon
analiza el arte en muchos otros textos), sí estaba redactado de una manera
impactante, añadiendo fuerza a lo ya escrito sobre el tema, diciendo
básicamente lo mismo, sólo que de otra forma. La Verdad es una, pero hay
infinidad de vías para llegar hasta ella: esto es algo que Schuon aprendió bien
pronto, cuando, aún muy joven, conoció a un anciano líder espiritual del África
musulmana, que pintó en el suelo un círculo con radios y dijo: “Dios está en
el centro, todos los caminos llevan a Él”.
En
fin, creo que como presentación, esto es más que suficiente. Quien quiera saber
más, que tire de Google, que está Internet lleno de datos biográficos y
bibliográficos del tal Schuon en todos los idiomas de la galaxia. Yo me callo
ya (no estoy aquí para expresar opiniones, sino para transcribir Verdades) y me
limito a continuación a teclear algunas de las reflexiones más importantes del
ensayo de Schuon, para todos aquellos lectores interesados en el arte
tradicional en particular y en Metafísica en general que no tengan en su poder
el libro original. Esto, si aún queda
alguien en el ciberespacio que no se crea artista o creador, sino un simple
aprendiz de la vida y la muerte, un principiante en busca de la sabiduría, de
la verdadera sabiduría: aquella que emana del alma, y no de las neuronas.
Aquella que late, silenciosa, en el corazón del cosmos.
“Principios y criterios del arte universal” (Extractos).
"El
arte sagrado ignora en gran medida la intención estética; la belleza deriva
sobre todo de la verdad espiritual, deriva, pues, de la exactitud del
simbolismo y de la utilidad para el culto y la contemplación, y, sólo a
continuación, de los imponderables de la intuición personal (…) Un arte no es
sagrado por la intención personal del artista, sino por el contenido, el
simbolismo y el estilo, así pues, por elementos objetivos".
“Desde
el punto de vista del arte sagrado o simplemente tradicional, uno no se
preocupa por la cuestión de saber si una obra es “original” o “copiada”: en una
serie de copias de un modelo canónico, determinada copia es una obra genial por
un concurso de condiciones preciosas que nada tienen que ver con una afectación
de originalidad ni ninguna otra crispación del ego”.
“El
arte búdico, como el cristiano, está centrado en la imagen del Superhombre
portador de la Revelación, aunque difiriendo de la perspectiva cristiana por su
no-teísmo que todo lo reduce a lo impersonal”.
“Una
de las glorias de la catedral de Occidente es la vidriera, que es como una
abertura hacia el cielo; el rosetón es un símbolo centelleante del universo
metafísico, de las reverberaciones cósmicas del Sí”.
“El
arte hindú no es ni moral ni inmoral, pues el hindú ve en las cosas sexuales la
esencialidad cósmica o divina y no la accidentalidad física”.
“Antes
de emprender su obra, el artista hindú celebra ciertos ritos especiales
destinados a sofocar el trabajo de la voluntad consciente y poner en libertad
las facultades subjetivas”.
“El
templo egipcio no se sitúa en el espacio como el templo griego, sino en la
eternidad: sugiere el misterio de lo inmutable y da la impresión de ser del
mismo orden que la bóveda estelar”.
“En
el arte chino –prescindiendo de las influencias hindúes en el arte búdico--,
todo parece derivar, por una parte, de la escritura, que tiene carácter
sagrado, y, por otra parte, de la naturaleza, que es sagrada igualmente y que
se observa amorosamente en cuanto revelación permanente de los Principios
Universales”.
“El
paisaje taoísta exterioriza una metafísica y un estado contemplativo: no surge
del espacio, sino del “vacío”; su tema es esencialmente “la montaña” y “el
agua”, que combina con intenciones cosmológicas y metafísicas. Es una de las
formas más poderosamente originales del arte sagrado. (…) No es asombroso que
el budismo Chan (el Zen japonés), con su carácter a la vez inarticulado,
haya encontrado en el arte taoísta un
medio de expresión congenial”.
“Al hablar de arte chino, queremos decir
igualmente el arte japonés, que es una rama muy original de dicho arte, y cuyo
genio propio está hecho de sobriedad, audacia, elegancia e intuición
contemplativa”.
“Cuando
el amarillo entra en un templo o en un palacio, entra en un bosque más bien que
en una caverna; su arquitectura tiene algo de vivo, vegetal y cálido, y hasta
la intención mágica de las puntas encorvadas nos devuelve a la relación entre
el árbol y el relámpago, nos devuelve, pues, a la naturaleza virgen”.
“En
el Islam, el amor a la belleza compensa la tendencia a la simplicidad austera”.
“Dios
es bello –dijo el Profeta- y ama la belleza”.
“El
arte no tiene sólo la obligación de “descender” hacia el pueblo, también debe
permanecer fiel a su verdad intrínseca, a fin de permitir a los hombres “subir
hacia esta”.
“Un
virtuosismo más o menos superficial sofoca la claridad del simbolismo y la
realidad interior de la obra”.
“El
naturalismo total, el que calca el azar de las apariencias, es decir su
accidentalidad, es propiamente un abuso de la inteligencia, un “luciferismo” si
se quiere”.
“Este
abuso de la inteligencia caracteriza ampliamente a la civilización moderna.
Muchas cosas que se toman por superioridades –y que lo son cuando se las aísla
artificialmente--, se reducen en realidad a hipertrofias; el naturalismo
artístico no es otra cosa, al menos cuando se pone como un fin en sí mismo, y
expresa, por esto, tan sólo el límite formal y el azar”.
“Todo
el “milagro griego” se reduce en suma a la substitución de la inteligencia como
tal por la simple razón”.
“El
arte perfecto se reconoce sobre todo en
tres criterios, a saber: nobleza del
contenido –condición espiritual sin la que el arte no tiene ningún
derecho a existir-, después, exactitud del simbolismo, o al menos armonía de la
composición cuando se trata de una obra profana, y, finalmente, pureza del
estilo o elegancia de las líneas y los colores”.
“El
arte profano sustituye el alma del Hombre-Dios o del hombre deificado por la
del artista y su modelo humano”.
“En
Occidente es concebible un arte profano legítimo, sin que haya que volver pura
y simplemente a las miniaturas de la Edad Media o a la pintura campesina,
pues la salud del alma y el tratamiento
normal de los materiales garantizan
siempre la rectitud de un arte sin pretensiones”.
“Uno
de los grandes errores del arte moderno es la confusión de los materiales: ya
no se sabe distinguir los significados cósmicos de la piedra, el hierro y la
madera, así como se ignoran las cualidades objetivas de las formas y los
colores”.
“La
naturaleza siniestra del hierro implica que éste no tiene ningún derecho a una
manifestación plena y directa, sino que ha de ser remachado o roto para poder
expresar sus virtudes. Totalmente distinta es la naturaleza de la piedra, que
en estado bruto tiene algo de sagrado”.
“El
hormigón –que, como el hierro, invade el mundo entero--, es una especie de
falsificación cuantitativa y vil de la piedra: el aspecto espiritual de
eternidad se encuentra substituido aquí por una pesadez anónima y brutal; si
bien la piedra es implacable como la muerte, el hormigón es brutal como un
aplastamiento”.
“La
belleza artística es de esencia espiritual, mientras que la fuerza material es
“mundana”; y como para el “mundano” dicha fuerza es sinónimo de inteligencia,
la belleza de la tradición se ha convertido en sinónimo no sólo de debilidad,
sino también de necedad, de ilusión, de ridículo; la vergüenza de la debilidad
va acompañada casi siempre del odio de lo que se considera causa de esa
aparente inferioridad, a saber: la tradición, la contemplación y la Verdad”.
“Las
singularidades modernas, lejos de derivar de algún “misterio” de creación
artística, no son más que error filosófico y deformación mental. Cada cual se ve
obligado a ser un gran hombre; la
novedad es tomada por originalidad, la introspección mórbida por profundidad,
el cinismo por sinceridad, la pretensión por genio, de tal modo que se termina
tomando por pintura un esquema de anatomía o una piel de cebra; se hace de la
“sinceridad” un criterio absoluto, como si una obra no pudiese ser
psicológicamente “sincera” pero espiritualmente falsa o artísticamente nula”.
“El
gran error de estos artistas es el ignorar deliberadamente el valor objetivo y
cualitativo de las formas y colores y creerse a cubierto en un subjetivismo que
estiman interesante e impenetrable, cuando no es más que trivial y ridículo; su
error mismo los obliga a recurrir, en el mundo de las formas, a las
posibilidades más inferiores, como Satán, que queriendo ser tan “original”
como Dios, no tenía más opción que el
horror”.
“El
concepto moderno del arte es falso en la medida en que substituye la forma
cualitativa por la imaginación creadora –o incluso simplemente el prejuicio de
crear-, o el valor objetivo y espiritual por el valor subjetivo y conjetural”.
“A
veces ocurre que se le niega a una obra su valor porque se ha descubierto –o se
ha creído descubrir- que es una
“falsificación”, como si el valor de la obra se encontrase fuera de ella misma.
En el arte tradicional, la obra maestra es las más de las veces una culminación
anónima en una serie de réplicas; la obra del genio es siempre, poco más o
menos, la resultante de una larga
elaboración colectiva. Muchas obras maestras chinas, por ejemplo, son copias
cuyos modelos se ignoran”.
“Cuando
todo el mundo quiere crear y nadie copiar, cuando cualquier obra quiere ser
única en vez de interesarse en una continuidad tradicional que le da su savia y
de la que eventualmente es uno de los más bellos florones, ya no le queda al
hombre más que gritar su nada a la faz del mundo; esta nada será sinónimo de
originalidad, por supuesto, pues el mínimo de tradición o norma representará el
máximo de talento”.
“[El
arte por el arte] es la abolición de la primacía del espíritu y la substitución
de este por el instinto o el gusto, así pues, por lo subjetivo y lo
arbitrario”.
“Los
fundamentos del arte están en el espíritu, en el conocimiento metafísico,
teológico y místico, y no en el simple conocimiento del oficio, ni en el genio,
que puede ser cualquier cosa; dicho de otro modo, los principios intrínsecos
del arte están esencialmente subordinados a principios extrínsecos de un orden
superior”.
“El
relativismo artístico destruye la noción misma del arte, exactamente como el
relativismo filosófico destruye la noción de verdad; el relativismo, sea cual
sea, mata la inteligencia. Quien menosprecia la verdad no puede, en buena
lógica, presentar su menosprecio como verdad”.
“Es
significativo que se exalta fácilmente a un artista “porque expresa su tiempo”,
como si una época como tal –algo, pues, que puede ser cualquier cosa- tuviese
derechos sobre la verdad. (…) “Nuestro tiempo” es una especie de falsa
divinidad en nombre de la cual todo parece permitido”.
“Cuando cualquier cosa puede ser arte, cualquiera es artista, y las palabras “arte” y “artista” ya no tienen ningún sentido; es verdad que hay una perversión de la sensibilidad y la inteligencia que, en las extravagancias más gratuitas, descubre dimensiones nuevas, e incluso “dramas”, pero el hombre sano de espíritu no tiene en verdad que preocuparse de ello”.
“Hay
obras “abstractas” –por lo demás bastante raras- que no son ni peores ni
mejores que cualquier escudo africano, pero entonces, ¿por qué hacer de sus autores
celebridades, o inversamente, por qué no contar a cada zulú entre los
“gigantes” del arte?”
“El
error de los surrealistas es creer que la profundidad está en dirección de lo
individual, que éste, y no lo universal, es lo que es misterioso, y que este
misterio se acrecienta a medida que uno se hunde en lo obscuro y lo mórbido”.
“Se
califica con desdén de “romanticismo” o “nostalgia” la necesidad innata de
armonía, que es propia del hombre sano”.
“Ante
todo, habría que aprender de nuevo a ver y mirar, y comprender que lo sagrado
es el terreno de lo inmutable y no del cambio; no se trata de tolerar una
cierta estabilidad artística tomando como base una pretendida ley de cambio,
sino, por el contrario, de tolerar un cierto cambio tomando como base la inmutabilidad
necesaria y evidente de lo sagrado; y no basta que haya genio, es preciso,
además, que tenga derecho a existir”.
“En
la medida que un arte profano puede ser legítimo –y puede serlo, más que nunca,
en nuestra época de afeamiento y vulgaridad—su misión será transmitir
cualidades de inteligencia, belleza y nobleza; y eso no se puede realizar fuera
de las reglas que nos imponen, no sólo la naturaleza misma del arte respectivo,
sino también la verdad espiritual que deriva del prototipo divino de toda
creación humana”.