EL MAL ABSOLUTO

(impresiones a partir de un encuentro reciente con el mismo)

 

 

 

El Mal Absoluto es Miguel Angel Arenas CAPI enredando a las Vainica Doble para esa patética obscenidad llamada "CARBONO 14" (ofensiva para ellas desde el mismo título). La muerte de  Carmen Santonja es el corolario trágico y, al tiempo, feliz (un extremo oriental lo entendería) de aquella secuencia de acontecimientos. La pureza no fue del todo hollada.

 

«Diríase que la sangre, el aire, han cambiado; una misteriosa enfermedad ha destrozado el genio de la época precedente, pero todo brilla en la novedad, de manera que, al fin y al cabo, uno no sabe si el mundo ha empeorado realmente, o si, sencillamente, ha envejecido. Entonces, una nueva época ha empezado decididamente.»

(cita de Robert Musil extraída de "INTRODUCCION A LA LITERATURA DEL SIGLO XX", de Vintila Horia)

 

Yo he sufrido en mi infancia:

1) la hostilidad contra un extraño manifestada en agresión física (Liceo Serrano y Maristas de Chamberí)

y 2) la necesidad de tener a ese extraño cerca para burlarse de él en aporía interminable (el internado de Málaga -la angustia vivida por esta situación de acoso psicológico, que me obligó a suplicar el regreso a una casa familiar completamente dislocada donde no podía esperarme nada bueno, superaba con creces la que me habían provocado las agresiones físicas en los otros colegios y la razón principal estriba en que, si el acoso físico acaba por provocar la reacción de gente que sale en tu defensa, el acoso psicológico, al minar tu imagen y credibilidad, lleva a que los demás te vean según el prisma marcado por el acosador-).

 

El impulso de agresión es incompleto pero sus razones, naturales en su elementalidad (preservación de la pureza y aspiración a la excelencia de un presente sin cambios). La necesidad de tener a alguien a quien humillar y manipular es la semilla de la auténtica maldad: la agresión física busca en último término la desaparición de la víctima bien por su destrucción bien por su huida pero se desea tener a un nerd o a un freak siempre a mano porque no se aspira a su desaparición sino a eternizarse en la ocasión de putearlo o (impulso más retorcido aún, heredado de los confesores y de sus émulos laicos tipo J. Edgar Hoover -y que en la postmodernidad ha pasado de privilegio de minorías dirigentes a espectáculo de masas-) a observarlo minimizado como un cobaya de laboratorio y sentirse dueños de su destino (como el ojo en el cielo). El destructor mata el cuerpo pero, con su hostilidad, preserva pura el alma mártir de sus víctimas. El humillador (ese GRAN HERMANO que desea ser amado y busca siempre la dependencia de sus víctimas, que éstas opten como la mejor alternativa precisamente por eso, por ser sus víctimas) desea contaminarlas haciéndolas cómplices de la indignidad que se les inflige, como parte de un bucle sadomasoquista que redima del tedio (todas las historias relacionadas con esto tienen que ver con el deseo perverso de sociedades o colectivos terminales de combatir el spleen, su mayor lacra -desde el episodio de Don Quijote en la mansión de los duques hasta la fábula tecno de EL SHOW DE TRUMAN, pasando por LAS AMISTADES PELIGROSAS, LA SEÑORITA DE TREVELEZ, JUEGOS DE SOCIEDAD, EL ELEGIDO, MAMA ES BOBA...-) y sólo desea desembarazarse de ellas cuando acaban por aburrir o desafían su poder y tratan de ponerlo en evidencia. De ahí que exista algo peor (y con mucho) que Auschwitz o Treblinka (a fin de cuentas, lugares vergonzantes que se ocultan y cuya carga de sufrimientos acaba en cenizas, no parques temáticos donde -como en la antigua Roma, tan cercana a estos años terminales de la postmodernidad en muchos de sus impulsos y perversiones- el martirio se transforme en materia prima de la industria del ocio -pueden considerarse los juicios promovidos por Stalin que inspirarían a Orwell y los lavados de cerebro del maoísmo que servirían de base argumental a EL MENSAJERO DEL MIEDO como relacionados en cuanto a método pero con un fin más honesto, el de arma de guerra usada en determinadas ocasiones y contra determinados sujetos, no como sistemático control de la población a través de una trama lúdica y espectacular, como un panóptico social que yo he denominado en algún momento psicomengelismo por sus connotaciones con el sádico investigador alemán, y que aspiran al máximo sueño totalitario, que los súbditos sean sus propios guardianes y acepten la tortura como el maná y a sus manipuladores como nuevos dioses; volviendo a los läger, lo que los une de veras al Mal Absoluto, las vivencias cotidianas de los prisioneros supervivientes, sus recuerdos del trato falsamente afable con algunos de sus carceleros, esa aceptación enfermiza del palo y la zanahoria, es lo verdaderamente atroz, más que el exterminio físico en sí-): las exhibiciones de atrocidades, las ferias de fenómenos, la prensa, el cine, la televisión en tanto se regodean en ello y no lo denuncian.

 

HALL OF FAME: FREAKS de Tod Browning es un film profundamente moral hecho desde la vindicación justiciera y la empatía: Browning plantea su película como hecha por un freak solidario con otros freaks, desde una perspectiva de denuncia de la freaksploitation barnumesca. En España trabajos cinematográficos sobre seres extremos como QUERIDISIMOS VERDUGOS (de Basilio Martín Patino) o EL DESENCANTO (de Jaime Chávarri) compartirían bastante de esta óptica reivindicativa de Browning, en su caso hundiendo sus raíces en la empatía con el esperpento de un Valle Inclán o un Solana. Muy otro es el punto de vista en el caso de JUGUETES ROTOS y URTAIN EL REY DE LA SELVA O ASI de Summers, mucho más ambiguas en su intención (intención que ya asomaba en LA NIÑA DE LUTO, con esos planos tan actuales hoy de un tonto de pueblo haciendo sus dudosas gracias ante un público cruel que lo jalea). Esta ambigüedad se vuelve regodeo explícito en la que considero su obra más retorcida, la trilogía de cámara oculta iniciada con TO ER MUNDO E GÜENO (cuyo detonante formal fue otra serie, muy similar, procedente de la Sudáfrica del apartheid, donde la población negra más primitiva era objeto de burla). Esta vergonzosa freaksploitation, disfrazada con populistas velos de "interés en clave de humor por la pobre gente" (lo mismo vale para un bosquimano que para un deficiente mental), muchos años después será retomada por su paisano Jesús Quintero cuando, en sus programas de tv, incluya con creciente frecuencia a nerds y freaks. Al menos, sin tanta coartada bienintencionada y poética, un Pepe Navarro, un Xavier Sardá (ahora reciclado en clave Alberto Oliveras con su nuevo espacio itinerante -seguramente para limpiar un poco el aura supercanallesca ganada a pulso con CRONICAS MARCIANAS-), un José Javier Vázquez o cualquier magazine basura vespertino sacan a su fauna bufa con pura y dura intención escarnecedora, siguiendo las pautas de sus maestros usacos David Letterman (desenmascarado a la perfección en el film AMERICAN SPLENDOR), Conan O'Brien o Jerry Springer.

 

«....Si aprendes a gobernar el alma de un solo hombre, puedes gobernar al resto de la humanidad. Se trata del alma, Peter, del alma. Ni látigos, ni espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por la cual los Césares, los Atilas y los Napoleones resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos. El alma, Peter, es lo que no puede ser gobernado. Tiene que ser quebrada. Métele una cuña, pon tus dedos sobre ella, y el hombre es tuyo. No necesitarás un látigo; él te lo traerá y te pedirá que lo azotes.»

(Ellsworth Toohey a Peter Keating -en EL MANANTIAL, de Ayn Rand-).   

 

EL MANANTIAL de Ayn Rand, en la figura de Ellsworth Toohey y sus relaciones con el resto de personajes, nos brinda uno de los más atinados retratos del Mal Absoluto. Con todo su valor, no es el discurso formal de Toohey lo más importante, sino su trasfondo: el odio al idealismo y a la voluntad de superación, odio que lo mismo puede estar enmascarado de logorrea socializante o libertaria que de pseudonihilismo punk o dadaísta que de coartadas hayekianas que de guiños cínicos al Anarca jüngeriano (arquetipo sacro usado perversamente por el Mal Absoluto como coartada de tantas bajezas y dejaciones morales). Lo escalofriante de esta obra es lo que para muchos tiene de hiperrealidad, de deja vu en nuestra biografía (una hiperrealidad tan incómoda que muy pocos la podemos asumir y, el resto, avergonzados del papel que les toca en la obra, pretenden ignorarla o atacarla con excusas políticas porque, de no hacerlo, tendrían que aceptarse ante el espejo y ante los otros como lo que son, marionetas falsamente felices a merced por completo de sus titiriteros).

 

 

El Mal Absoluto suele autoodiarse físicamente (incluso si no hay razones objetivas para ello: es cierto que suelen estar reñidos un físico especialmente notable según los cánones con estas tendencias entrópicas pero, aunque la cosa tampoco sea para tanto, se distorsiona a peor la propia imagen hasta volverse espejo del alma atrabiliaria). Rizando el rizo, en vez de sentir un prurito de ocultamiento o de apagamiento de su presencia física, el Mal Absoluto gusta de  exhibirse como una especie de desafío a aquello que no es y le cabrea no ser. Se deleita en la profanación constante de la belleza con su propia y ubicua presencia corporal y con la cercanía de dicha presencia a gente guapa, no importa de qué sexo, siempre con algún propósito vampírico, más codicioso que sensual. Recuerdo que quien me atormentaba en el internado malagueño padecía enanismo y ese tipo de tórax combado hacia afuera sin que ello fuese obstáculo para una exacerbada sociabilidad (sobre todo con gente de los cursos superiores, que disfrutaban más con su malignidad, pues a los de su edad los despreciaba y consideraba poco menos que idiotas -incluido su hermano, un año mayor pero en el mismo curso, a quien, por su personalidad más débil, usaba como esbirro y solía alternar con él o el codazo cómplice o el puro insulto, zanahoria y palo que tan magistralmente saben utilizar este tipo de sujetos-).

 

 

HALL OF FAME: Truman Capote se acerca bastante al tipo de Mal Absoluto pero nos desconciertan algunos de sus primeros escritos (claro que todos los cachorros, hasta los que devendrán en criaturas horripilantes, tienen su encanto y están pidiendo a gritos que los achuchen) o la adaptación cinematográfica que hizo Blake Edwards de DESAYUNO EN TIFFANY'S (en la que traicionó completamente -una traición gozosa, a mi entender- el espíritu de la novela empezando por la introducción de un ser angélico como Audrey Hepburn, que cambia del todo la interacción de impulsos entre ella y el joven narrador). La fuerza de A SANGRE FRIA (que hallaremos mucho después en las novelas de James Ellroy pero dotadas en este caso de un robusto espinazo moral) vuelve a despistarnos precisamente por la epifanía de esa criatura llamada Perry Smith, homínido poético (el primer bardo de las cavernas -o el que pintó los primeros bisontes- debió de parecérsele bastante), fuente de toda la energía de la obra (sólo conociendo la génesis del libro, el vampirismo salomeico que ejerce el autor sobre el condenado a muerte, la utilización de éste como molde en el que derramar las pulsiones más convencionalmente oscuras de Capote, comprendemos cómo ese sapito rubio, criatura diabólica, pudo pasarse la vida agazapado bajo la apariencia venial de "pequeña maricona maliciosa"). A medida que pasan los años y poseemos más información sobre Capote, nos resulta más acertada la elección de Paul Williams para encarnar a Swann en EL FANTASMA DEL PARAISO.  

 

Hitler es Malo no por lo que lo separa sino por lo que lo une a Weimar. El espectáculo, la civilización terminal, la performance continua. Es la diferencia con el bárbaro Stalin: la dureza de éste es, no aspira a ser. Como una catástrofe natural, tiene un fin contrario a la entropía. Stalin destruía para construir. Hitler encaminó todos sus esfuerzos al final que soñó (como Dalí, desde su lucidez paranoica crítica, señaló de manera profética antes incluso de su ascenso al Poder) y que puede decirse que obtuvo plenamente. Que Stalin aplicase cierta dosis de espectáculo a los procesos contra sus enemigos (también en el particular star/system obrerista en torno al mito de Stajanov) muestra cómo en su prioridad, auténticamente espartana, el show no tenía nada de business sino que se planteaba como un arma para usar eventualmente y de manera selectiva en la lógica supervivencialista de movilización total que buscaba la consolidación de la URSS (Stalin es una bestia, no un hombre, y eso le hace mejor que el humano, demasiado humano Hitler -recordemos aquella frase de Jon Voight a Eric Roberts en EL TREN DEL INFIERNO del ruso Konchalovsky: "soy peor que una bestia, soy humano"-). Para Stalin, como para cualquier criatura no humana, el espectáculo es un medio para llegar a un fin, no el fin en sí (algo propio solamente de las situaciones terminales, desnaturalizadas, degeneradas propias de nuestra especie). La movilización total nazi, desenmascarada por Jünger ya desde el comienzo en EL TRABAJADOR, no es una realidad regeneradora sino un espectáculo que pretende implicar a toda la población alemana en un furor coreográfico lentamente suicida, una especie de hooliganismo colectivo atemperado con algo mórbidamente afeminado de musical de Hollywood. Enlaza con los momentos más desatinados y aberrantes de Roma y de otros imperios espectaculares y anticipa la actual situación de psicomengelismo donde Auschwitz y Treblinka hoy son mostrados como reality/shows, excitantes juegos de rol, espacios temáticos o terapias de ocio sadomasoquista para practicar en la oficina cuando el jefe no mira. Orwell, Huxley, Bradbury, Foucault, Debord dejan de ser warning signals respecto al futuro para convertirse en impremeditados diseñadores del mismo. El Mal Absoluto lo es por su eficacia en no parecer Absoluto sino más bien irrelevante. Ahí Hitler, en su megalomanía explícita, demostró ser un completo bluff. A fin de cuentas, es la Historia la que nos señala dónde están los mayores males: Occidente no desapareció con Hitler sino que se regeneró durante la catarsis planetaria que supuso la II Guerra Mundial; sin embargo, desde que se inició la llamada postmodernidad y cayó el equilibrio de superpoderes de la guerra fría, nuestro hemisferio pierde día a día sus defensas ante el SIDA sociocultural que hoy eleva a élite rectora a los pícaros, ineptos, mediocres e incapaces de planificar el futuro con un mínimo de vertebración y perspectiva (pérdida del sentimiento histórico, vinculado a la responsabilidad y a la convicción de que toda decisión tiene sus consecuencias, frente a la metástasis del sentimiento periodístico, en que todo comienza a volverse juego de rol, virtualidad, al escamotearse la noción de futuro -salvo como retórica caprichosa- y su carga de consecuencias a sufrir como herencia del presente). La creciente fluidez en la circulación de élites que debe suponer siempre toda auténtica democracia (a partir del binomio objetivamente aplicado de MERITOCRACIA a partir de una escrupulosa IGUALDAD DE OPORTUNIDADES) se ha tergiversado con políticas de enaltecimiento de lo más bajo en base a chantajes como la discriminación positiva o la paridad numérica o la integración interesada y mafiosa de determinadas parafilias en detrimento de otras (y, dentro de estas parafilias aceptables, siempre se procura promocionar a los elementos más irresponsables y carentes de temple, de fibra moral, de capacidad crítica). El Mal Absoluto, en su obsesión por rodearse de freaks y nerds y por quebrar la voluntad de  quienes no se ajustan a esa pauta, acaba acelerando la degradación general y el rechazo suicida a los imperativos que marca la realidad.

 

«Bien y mal. Realidad. Es bien aquello que da más realidad a los seres y a las cosas, y mal, aquello que se la quita.»

(Simone Weil)

 

HALL OF FAME: Aunque el Mal Absoluto pueda, en algún momento, creerse su heredero Karl Kraus es más bien su antagonista, como lo demuestra su frase tan develadora "Acerca de Hitler no se me ocurre nada" que contrasta con sus demoledores y visionarios ataques al periodismo como entropía in crescendo (buena muestra de ello esta otra frase: “Cuando el sol de la cultura política se encuentra muy bajo, hasta los enanos proyectan una larga sombra”).

 

El Mal Absoluto se sucede a sí mismo insultándose en el reflejo de la generación anterior. El titiritero de ayer, seguramente más imperfecto en su maldad (o más justificable incluso -la vieja máxima que solía usar Perón en el exilio: "Otros vendrán que bueno me harán"-), es considerado obsoleto por eso mismo desde los ojos mucho más fríos (más químicamente puros en sus impulsos, mejor conocedores de los puntos débiles de las marionetas) de su sucesor. El Mal Absoluto que hoy marca la pauta, al rechazar con gesto decidido al Mal Absoluto que ya perdió su hora, se viste con la coartada precisa ante la mayoría de sus títeres necesitados de pretextos para no turbar su buena conciencia (sólo uno, alevín demoníaco, lo sigue sabiendo bien a quién sigue y con la esperanza de ocupar su lugar algún día).

 

«Collages. El homicida mata con el cuchillo, la difamación con la uña, y sin riesgo, como el escorpión.»

(Ernst Jünger)

 

El Mal Absoluto es identificarse con la historia del Fantasma del Paraíso desde el punto de vista de Swann y tratar de emularlo.

 

HALL OF FAME:  Es muy interesante, en la novela GILLES de Pierre Drieu La Rochelle, el episodio de la manipulación y muerte del joven Paul Morel a merced de la cuadrilla de vitelloni culturetas comandados por Caël (trasunto de la horda surrealista que dirigía Breton) y que nos lleva a preguntarnos cuál fue la auténtica razón de los suicidios de varios jóvenes vinculados al movimiento surrealista (Jacques Vaché, Jacques Rigaut -en cuya memoria Drieu escribiría EL FUEGO FATUO-, René Crevel...) que desaparecieron prematuramente sin apenas dejar obra y que fueron mitificados por los mismos que en vida no los debieron de tratar tan bien. El contraste entre lo narrado por Drieu, confirmado por los estudios sobre las tempestuosas relaciones/adhesiones/expulsiones del grupo surrealista, frente a las vivencias mucho más amables (sin ese trasfondo sadomaso determinado por un cabecilla despótico y retorcido) que se explican en POMBO (de Ramón Gómez de la Serna), en EL MOVIMIENTO VP (de Rafael Cansinos Assens) o incluso en el capítulo sobre Ultraísmo (mayormente autobiográfico) que incluye Guillermo de Torre en su HISTORIA DE LAS LITERATURAS DE VANGUARDIA, demuestran las enormes diferencias de intenciones y objetivos entre Breton y los cabecillas españoles del vanguardismo y explican también que los nombres más válidos del surrealismo (Magritte, Dalí o Ernst) mantuviesen una relación mucho más libre de ataduras con el cenáculo bretoniano.

 

«...Un transeúnte preguntó:

-¿Son anarquistas?

-No, -respondió Caël- es el sindicato de enanos que se pelea contra el sindicato de cojos.

-¡Ah! -dijo el transeúnte alejándose..»

(fragmento de GILLES, de Pierre Drieu La Rochelle)

 

La voluntad de exterminio está en la Naturaleza, es parte intrínseca del orden natural, estacional, del ciclo continuo de muerte y regeneración, del auténtico Principio Divino: por muy atroz que se nos antoje la catástrofe ahí no se encuentra el Mal Absoluto. Lo antinatural (esto es, lo propiamente humano -y también propio de los dioses creados a nuestra horrible semejanza-) es el deseo, entendido como absoluto, de manipular y hacer la vida imposible a lo que nos rodea (paradójicamente, se aspira por parte del manipulador a que esa situación de vida imposible no acabe jamás: los suplicios de Tántalo, Sísifo y Prometeo son proyecciones de nuestro yo más oscuro, esto es, más humano y hoy se camuflan bajo las etiquetas de reality show, imágenes de impacto, juego de rol, o esa necesidad tan postmoderna de filmar las propias agresiones para perpetuar el momento en un bucle sin fin -vivimos en plena democratización del snuff: se ha pasado de un capricho de minorías perversas al hobby de cualquiera con teléfono móvil pero es interesante comprobar cómo los mismos medios que se escandalizan ante las agresiones físicas grabadas por videocámara juzgan de muy distinta manera el snuff psicológico, los embromamientos, los escarnios, las humillaciones, una y otra vez justificadas como catarsis humorística-). Lenin da en el clavo con su frase («Más vale un final espantoso que un espanto sin fin»). Lo realmente insidioso del mensaje de BOWLING FOR COLUMBINE (muy sutilmente contestado por Todd Solondz en STORYTELLING) es minimizar el auténtico sentido de la masacre, su condición de consecuencia catastrófica de unos actos previos de escarnio y humillación (la grotesca y profundamente cruel entrevista de Michael Moore a un Charlton Heston al borde de la senilidad es la verdadera cara del Mal Absoluto y no la masacre de Columbine: si Heston, en pleno y sanísimo cruce de cables, hubiese blandido un rifle en ese momento y le hubiese volado la cara en mil pedazos al aardvark, no habría sido un acto gratuito sino la respuesta en legítima defensa de la Naturaleza a la entropía humana). Pero los acontecimientos marcan su pedagogía una y otra vez en nuevas vueltas de tuerca: las aberraciones demasiado humanas de las sociedades espectaculares que se aburren son siempre redimidas por el terror y la necesidad que señalan un nuevo comienzo. El tedio terminal da paso al miedo germinal de un ciclo que se inicia con llantos lavando las risas de toda malicia, devolviéndoles la inocencia. Es siempre en esos momentos bárbaros, aún no condicionados por la civilización, cuando el Mal Absoluto nos da una tregua y es la Naturaleza, con sus prioridades innegociables, la que marca tendencias, pautas, estilos.