4 JUNIO 2005:

UN CONCIERTO DE CAGARSE

 

En tal fecha volví a disfrutar de un concierto de ILEGALES en la sala de la calle Jardines. Esta vez no me acompañó Dildo (a la sazón, en NY por imperativo laboral) sino mi osita, también fan de Jorge Martínez desde los 80 (en su casa me topé con un par de vinilos, el del anciano a punto de volarse los sesos, y otro, “CHICOS PALIDOS PARA LA MAQUINA”, donde Jorge y sus hordas desfilan arrogantes ante la cámara en escorzo wellesiano). La actuación fue larga y Jorge, a diferencia de la otra vez que lo vi, estuvo parco en palabras de presentación (quizás su facundia como domador de multitudes brillase más el día anterior); no obstante, mi osita se quedó con el sabio adagio “DIGAN LO QUE DIGAN LOS PELOS DEL CULO ABRIGAN” y yo, de nuevo, evoqué a Rafa C., maestro zen y werewolf en excedencia, cuando Jorge, con su perfecto castellano y acerada ironía, dedicó un momento a los socialistas, tan hippies ellos y tan virtuosos en esto de apalancarse en el Poder (Rafa habría dicho algo muy parecido en nuestra tertulia de los viernes).

Las canciones, en profusa descarga, nos atravesaban como ráfagas de mar tempestuoso (al menos, en mi posición –encaramado al muro, muy cerca del escenario- yo lo sentía así) y, agarrado a mi osita para no caerme entre la primera fila, me sentía como la Garbo en su rol de Cristina de Suecia (uno tiene demasiado buen gusto como para no verse como Di Caprio en “TITANIC”). Encontré la famosa sincronicidad jungiana en el hecho de que Jorge aullase su “TIEMPOS NUEVOS, TIEMPOS SALVAJES” en plena resaca de los NOES francés y holandés al bluff eunucoide de la Constitución Europea. Esas convergencias en el tiempo siempre me alegran el día. 

Debo destacar en este nuevo comentario la capacidad de conmoción (o sea, de conmover) que posee a mis oídos la guitarra de Jorge. Soy profundamente refractario a los tocones que se enrrollan como persianas convirtiendo el virtuosismo guitarrístico en la cosa en sí (un Hendrix, un Clapton, un Max Suñé... me provocan indefectiblemente bostezos –no así Robert Fripp, cuyos bucles y laberintos nunca dejan de inquietarme e interesarme, de un modo muy parecido a la estimulación, ¿más cerebral que sentimental?, que me produce el cine de Peter Greenaway o las viñetas de Edward Gorey-). Salvo el citado Fripp y guitarristas acústicos ambientales como Baden Powell o Toti Soler con sus piezas llenas de evocación sentimental, para disfrutar el menda de un enrrolle de guitarra éste debe hallarse perfectamente encajado en el contexto de una canción (ojo, no usando la canción como excusa para el enrrolle, como hace no pocas veces Marc Knopfler). Hasta descubrir a ILEGALES, tal satisfacción me la producían mis conmilitones Antonio Zancajo y Charlie Mysterio, o Rodrigo García (aquel solo final de “MARIA Y AMARANTA”...), o Rafa Gálvez con las VAINICAS, o Enrique Sierra en RADIO FUTURA (ese momento mágico que incluye el single “LA ESTATUA DEL JARDIN BOTANICO” y el lp “LA LEY”); y en lo foráneo, un Phil Manzanera en ROXY MUSIC, unos Dick Wagner y Steve Hunter con Lou Reed o con Alice Cooper, un Lenny Kaye con Patti Smith, un Robby Krieger en los DOORS o un Bill Nelson en BEBOP DE LUXE (aunque este último en ocasiones caiga en el defecto achacado a Knopfler). La guitarra de Jorge respeta en todo momento el argumento de la película/canción, es una cámara coherente, no nos distrae del asunto con florituras gratuitas. Los solos tienen tanta intención como las palabras (incluso ese momento del concierto, circense en apariencia –por una milésima de segundo pudo asomar a nuestra memoria Peter Frampton con su guitarra/vocoder-, cuando cogió la guitarra con sonido hammond, estaba lleno de sentido –y la imagen de Frampton se desvaneció al instante cuando aquello empezó a sonar-). Jorge Martínez es, en estos momentos, al pop/rock en castellano lo que Clint Eastwood al cine USA.      

Cambiando de tercio, al parecer, los frenéticos bailoteos de un nutrido grupo de tifosos ecuatorianos situados exactamente a la vera de Jorge provocaron las iras de algunos fans autóctonos, que invocaron tópicos rojigualdas y pelín xenófobos (nada que decir contra la xenofobia cuando viene al caso –ahí está el escritor Céline, elevándola al rango de las Bellas Artes- pero resulta imperdonable cuando es inoportuna, cuando se mea fuera de tiesto). Yo les diría a estas gentes airadas que no pretendan ser más papistas que su domador. Si Jorge actúa con frecuencia en Sudamérica, no será por promesa a la virgen de Covadonga ni por dar rienda suelta a un posible lado masoca, sino porque, aparte de ganar su buen dinero, disfruta tocando allí. Si no se sintiese contento con las audiencias de aquellas latitudes, tal vez buscaría nuevos públicos en las asoladas planicies de los difuntos Lynyrd Skynyrd, por ejemplo. Pero, por ahora, toca por nuestras ex-colonias con la misma entrega con que lo hace por estos pagos; y es de suponer que estos ecuatorianos, volcados de corazón con la predación rockera de ILEGALES, poco tienen que ver en su elección con el estereotipo que de sus congéneres se nos vende por la piel de buey y los vagones del Metro: victimistas, mendicantes, jeremíacos, peritos en rondar como ladillas la entrepierna de ZP (la entrepierna administrativa, se entiende: las literalidades dejémoslas para Zerolo), carne de ONG e inspiración para cantautores babosetes y juglaresas bolláncanas de aire cetáceo.

Me hubiera gustado gozar del concierto en su integridad, pero la cena vegetariana (rica en fibra) que mi osita y yo nos habíamos metido en un restaurante de la vecina Tres Cruces me pasó factura intestinal de manera fulminante, justo cuando el combo se arrancaba con “QUIERO SER MILLONARIO”, y tuve que salir disparado a buscar un retrete en condiciones (nunca lo están para las aguas mayores los de los antros de pop/rock), so pena de enturbiar el show del escenario con una involuntaria performance en odorama.

Hay alguien que habría encontrado en ILEGALES a su grupo. Eduardo Haro Ibars murió sin apercibirse de que la mezcla de salvajismo, elegancia y lucidez que andaba buscando en la música pop/rock (no en vano, aparte de su pasión velvetiana por Lou Reed, lo que más le interesaba del llamado GAY ROCK –en su libro de marras- era lo menos gay y más nihilista –al menos, en su momento-: Steve Harley y Alice Cooper) ya existía y estaba desarrollando melodías y frases que le habrían seducido e impactado (pienso en títulos como el ya mentado “TIEMPOS NUEVOS, TIEMPOS SALVAJES”, en “DESTRUYE”, en “YO SOY QUIEN ESPIA LOS JUEGOS DE LOS NIÑOS”, en “EN EL PASADO”, en “ME GUSTA COMO HUELES”, en “AGOTADOS DE ESPERAR EL FIN”, en “LIBERATE”...). Lo que pudo llamarle la atención en Gurruchaga y Stinus, o en mí y Zancajo, no era bastante (faltaba salvajismo, faltaba lucidez): sólo Jorge y sus hordas le habrían convencido en la música, como Blanca Uría (el hombre de su vida –no por gilipollescas ambivalencias testosterónicas, sino en el sentido unamuniano, de entereza, de integridad, de temple... aquello de “nada menos que todo un hombre”-) le convenció en su vida personal.

 

 

otro texto sobre ILEGALES EN LDS:

su nombre es peligro