por Dildo de Congost

 

"Es necesario elegir bien los libros. No hay que confundir la luna con el dedo que la señala".

Taisen Deshimaru.

 

Cada vez se habla más de lo buenos que son los libros. Las autoridades terrenales y los intelectualoides aconsejan a las masas leer más. ¿Por qué? ¿Para qué? Tragar novelas y libros convencionales no es bueno ni malo ni todo lo contrario: sólo un entretenimiento más, como chatear, copular, ver la tele o ir al cine. Por eso da exactamente igual que las gentes lean o dejen de leer: se creerán más listas, sí, pero su grado de analfabetismo será exactamente el mismo, agravado por un cacao mental de dimensiones considerables y por desestabilizadores deseos de llegar a ser lo que no son. Ahora bien, hay una serie de volúmenes excepcionales que trascienden el simple entretenimiento y van más allá de la puerta de Tannhäuser. Y yo he venido aquí a hablar de uno de esos libros: "La crisis del mundo moderno" (Paidós Orientalia) de René Guénon (1886-1951), publicado por primera vez en 1946, en lengua francesa, por Éditions Gallimard.

 

"Sin duda ese final no es el fin del mundo, en el sentido total en que algunos quieren entenderlo, pero es al menos el fin de un mundo; y, si lo que debe finalizar es la civilización occidental en su forma actual, es comprensible que quienes están acostumbrados a no ver nada fuera de ella, considerándola como La Civilización, sin adjetivo, crean de forma natural que todo acabará con ella".

 

En el fondo, este ensayo de René Guénon no dice nada nuevo. Muchos saben que el barco se hunde porque sí, porque toca, porque se siente, porque es su destino en la recta final de la Edad Sombría (que, según la doctrina hindú, empezó hace más de 6.000 años) y porque se lo dicen los testículos y el corazón, esa parte animal que aún le queda en el interior incluso al tonto del pueblo. Por eso, nos da la impresión de que lo que nos cuenta Guénon YA LO SABÍAMOS, al menos en nuestro fuero interno. Son verdades universales que se han ido ocultando poco a poco, si bien lo que Guénon llama "tesoro de la sabiduría no humana" no puede perderse definitivamente. Sin embargo, nadie, ni antes ni después de este autor francés, había escrito una crítica metafísica de la modernidad con tanta profundidad y rotundidad, dándonos pistas para acercarnos a la Verdad oculta. Cual maestro zen, Guénon va al grano y sus frases son como bastonazos de kiyosaku que te despiertan y te abren los ojos a la Realidad.

 

Guénon sitúa el origen de la decadencia moderna a principios del SIGLO XIV, cuando comienza a descomponerse la Cristiandad, termina el régimen feudal y se empiezan a esbozar las nacionalidades. El Renacimiento y la Reforma suponen el enterramiento de las ciencias tradicionales: "En adelante no iban a existir más que la filosofía y la ciencia profanas, es decir, la negación de la verdadera intelectualidad, la limitación del conocimiento a su nivel más inferior, el estudio analítico y empírico de hechos que no se relacionan con ningún principio". Así se plantó la semilla de lo que es el actual "humanismo": SE BORRA TODO PRINCIPIO DE ORDEN SUPERIOR y se centra todo el universo en el ombligo del hombre, que se convierte en un esclavo de la materia, lo que, en palabras del autor, provoca  "una agitación perpetuamente creciente, sin regla y sin objetivo, que les arrastra a la dispersión en la pura multiplicidad hasta la disolución final". Así las cosas,

 

"el verdadero ESPÍRITU TRADICIONAL, con todo lo que implica, sólo en Oriente tiene ahora representantes auténticos".

 

Guénon continúa su análisis crítico hablando de la oposición entre Oriente-Occidente, que él, al contrario de los ultramaterialistas teóricos del Choque de Civilizaciones, considera más espiritual que geográfica. Oriente posee un espíritu tradicional y tiende a la contemplación (al Conocimiento, a la infalible intuición) sin deslegitimar la importancia de la acción, mientras Occidente se centra única y exclusivamente en la acción, negando todo valor a la contemplación y, de esta manera, degenerando en una "agitación vana y estéril".

 

"Sean cuales sean las formas con las que se reviste para expresarse, NO HAY MÁS QUE UNA SOLA METAFÍSICA, como no hay más que una sola Verdad".

 

Ciencia sagrada versus ciencia profana. Mientras el conocimiento tradicional vincula todas las ciencias bajo su manto, la concepción moderna no sólo aísla cada una de las ciencias, sino que NIEGA CUALQUIER COSA QUE PUEDA QUEDAR POR ENCIMA DE ELLAS. Esta es la raíz de una demoledora crítica al vertiginoso y tambaleante camino hacia ninguna parte que ha emprendido la ciencia actual, un "saber ignorante" y de orden inferior cuyo desarrollo ciego y descontrolado puede llevarnos al fin mucho antes de lo que esperamos. Exactamente lo mismo ocurre con el arte moderno, que ha obviado por completo cualquier intuición superior y se ha apuntado a la misma carrera demencial que ha emprendido la ciencia y todas las disciplinas de nuestra civilización, incluida la presuntamente espiritual.

 

"El genio, entendido en el sentido profano, es muy poca cosa en realidad y de ningún modo podría suplir la ausencia de verdadero conocimiento".

 

Negando toda autoridad espiritual, el hombre occidental va, como decía Debord "completamente a la deriva". También en cuestiones religiosas. El protestantismo dejó la interpretación la tradición religiosa del hombre en manos de la razón humana, haciendo que cualquiera, incluso el tonto de pueblo, pudiera OPINAR sobre temas sagrados. ¿Resultado? Atomización del las creencias en miles de sectas y nacimiento de ese dios humanista, imaginado a imagen y semejanza del hombre pero tan distinto de lo que de Verdad debe entenderse, o mejor dicho, intuirse por Divinidad. Así se minimizó la religión, convirtiéndola en un "moralismo", en un una ristra de padrenuestros entonados por lenguas sin alma, como si fuera una tabla de multiplicar: sin rastro alguno de verdadera espiritualidad.

 

"Es lo inferior lo que juzga lo superior, LA IGNORANCIA lo que impone sus límites a la sabiduría, el error lo que se antepone a la verdad, lo humano lo que sustituye a lo divino, la tierra la que prevalece sobre el cielo, el individuo el que se erige en medida de todas las cosas, pretendiendo dictar al universo leyes sacadas por entero de su propia razón relativa y falible".

 

En medio del CAOS, no es raro que exista también un desorden social al que Guénon concede bastante menos importancia, pero en el que debo detenerme unos instantes para seguir dando una idea aproximada del contenido de este excepcional libro.

 

La casta, o sea, la naturaleza individual que cada uno tiene para desarrollar una u otra tarea, ha desaparecido absorbida por la llamada "igualdad" (así llaman los modernos a su obsesión por la uniformidad y al aplastamiento de las minorías). En la edad moderna, sólo las CIRCUNSTANCIAS ACCIDENTALES determinarán el papel desarrollado por cada persona. Es lo que los hombres llaman "azar" y Guénon "ignorancia de las causas". Tomando como base esta verdad, el hecho de que cada uno tenemos una naturaleza y deberíamos vivir y actuar de acuerdo con ella, Guénon arremete contra pilares de la modernidad como la "enseñanza obligatoria", la "manía anglosajona del deporte", la "democracia" (un sacrificio de la minoría a la mayoría basado en un imposible: el pueblo no se puede gobernar a sí mismo porque, siguiendo a Aristóteles, "un mismo ser no puede estar en acto y potencia al mismo tiempo"), la "mayoría" (donde el número de incompetentes es siempre más alto)...

 

"Para los modernos no parece existir nada fuera de lo que se puede ver y tocar, o, si admiten teóricamente que puede haber algo diferente, se apresuran a declararlo no sólo desconocido, sino también incognoscible, lo que les exime de preocuparse de ello".

 

Guénon ve a Occidente como EL REINO DE LA MATERIA, de lo palpable, de la mentira y de lo terrenal, de la máquina y del hombre-máquina, de la cantidad frente a la calidad, de la masa ininteligente que se cree gobernante siendo más esclava que nunca, de la hegemonía mundial basada sólo en la fuerza bruta... Una civilización que crea siervos, hormigas ciegas: si alguien no produce, es inútil, aunque forme parte de una orden contemplativa de elevadas aspiraciones interiores. Aquí se trata de ganar dinero y cubrir necesidades absurdas para mantener abrochados los frágiles alfileres que sostienen al Sistema sobre un abismo negro llamado "apocalipsis".

 

"Entre el ESPÍRITU RELIGIOSO, en el verdadero sentido de la palabra, y el espíritu moderno no puede haber más que antagonismo".

 

La forma de acabar con el mundo moderno es instaurar UNA NUEVA EDAD MEDIA, una restauración del espíritu tradicional realizada por una "elite intelectual fuertemente constituida" (quede claro que Guénon utiliza la palabra "intelectual" casi como sinónimo de espiritual o intuitiva). El único problema es que, en la actualidad, en Occidente no existe tal elite y la restauración es bastante difícil, dado el actual estado de las cosas que, incluso a simple vista, parece bastante más grave que en los 40, cuando Guénon escribió el libro.

Estamos, pues, al borde del derrumbe definitivo de esta civilización, que agoniza en dolorosos espasmos transformada en una piara degradada llena de seres sin alma. Pero este final también significará el principio de una nueva Edad. No hay que desesperar, pero tampoco tirar cohetes:

"Los desórdenes parciales no pueden no ser, puesto que son elementos necesarios del orden total; pero, a pesar de ello, una época de desorden es, en sí misma, comparable a UNA MONSTRUOSIDAD". 

 

"LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO" es un ensayo imprescindible para todo aquel que quiera comprender el actual estado de la humanidad, por encima de ideologías, sentimientos o convenciones. Se trata de pensamiento intuitivo en estado puro, expuesto en sentencias irrebatibles y lapidarias que caen sobre la frágil mentira establecida como gotas de ácido sulfúrico. Una lectura ciertamente dolorosa y difícil para el moderno occidental pero, a la vez, altamente reveladora, pues puede servir como primer peldaño para elevarse por encima de la mediocridad que supone la existencia aquí y ahora. ¿El segundo peldaño? Se titula "EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS" y es otro libro de René Guénon, también en Paidós Orientalia, que va aún más lejos que este, extendiendo su crítica a todos los rincones del mundo moderno.

 

Visionario e iluminado, Guénon fue uno de los últimos occidentales que no sólo diseccionó el estado de las cosas bajo la lupa de la sabiduría tradicional, sino que combinó éstas reflexiones con hechos tan significativos como su conversión al Islam o sus innumerables volúmenes de crítica, simbología o religión pura y dura.

Teoría y práctica. Contemplación y acción.

 

Por ahora, tratemos de asimilar su inmenso legado y tomémoslo como punto de partida para iniciar el largo camino que conduce a la punta de un solitario y enorme iceberg llamado VERDAD.

 

 

*dildodecongost@hotmail.com.