BREVEMENTE BATTIATO
una glosa
mysteriosa
del vizconde Don
Carlino,
consumado espadachín
«Cabría imaginar a un ser pensante al que resultara
más fácil ver el futuro que el pasado. En los instintos de los insectos hay
muchas cosas que deben hacernos creer que son guiados más por el futuro que por
el pasado.
Si los animales tuvieran tanta memoria del pasado
como presentimiento del futuro, más de un insecto sería superior a nosotros.
Pero así, la fuerza del presentimiento puede estar siempre en proporción
inversa al recuerdo del pasado.»
(LICHTENBERG)
Franco Battiato ha sido y continúa siendo
performance, ejecución, interpretación, un acto de creación único, aislado e
irrepetible.
Pocos artistas europeos han reflejado de una forma tan completa el espíritu de una época –los 70 en un Mediterráneo de riqueza cultural proverbial-, incluso de una generación ávida de conocimientos en perpetua búsqueda de un centro de gravedad permanente.
Al principio su impulso abre el camino a una fusión abierta entre rock y vanguardia que con el tiempo se va a convertir en erupción, implosión pero nunca agotamiento creativo. Battiato sigue siendo una de las mentes más lúcidas entre los creadores actuales.
Su primera fase es toda una experiencia alquímica
donde el compositor realiza una elaborada aleación a base de sintetizadores, la
atonalidad y la síntesis de la música contemporánea, el rocj vía Battisti (es
decir, reinvención pura), el folklore del sur y múltiples aportaciones exóticas
que son una asimilación inteligente de la música étnica.
Lee, piensa, descubre la electrónica y la biología
al mismo tiempo. Tantas cosas ha tenido que decir aprisa. ¿Alguna se le habrá
olvidado?
Ya en estos años recibe el premio Stockhausen por su
obra para pianoforte «L’Egitto prima delle sabie» (1978). Esto no es más que un
reconocimiento por parte de los investigadores del fin de milenio, los
musicólogos y creadores de la llamada «música seria» al trabajo incansable de
un hombrecillo tímido que empezó cantando la ligera «Bella ragazza» en plena
eclosión del pop italiano. Es decir, puede uno iniciar su camino en lo light,
lo correcto, lo comercial para ir luego en busca de nuevas sendas huyendo de
cualquier parámetro que la industria dictamine.
Battiato siempre ha sido presentimiento, indicio,
visión casi profética del futuro. En ese aspecto la sombra de Battiato se cruza
con la de Battisti; enemigos ambos de lo mediocre, de las fórmulas manidas, de
los dialectos agotados, en busca de un nuevo lenguaje que puede beber de mil y
una fuentes distintas; excesivos, espléndidos, con ese obstinado gusto por los
trabajos minuciosamente elaborados.
El imaginario battiático es infinito. Relativo,
absoluto, litúrgico, gastronómico, histórico, extraño, metafísico, espontáneo,
intelectual, intelectualista, riguroso, lúdico, abierto, oficial o subterráneo.
Sus propuestas son las que más libremente superan
los esquemas, las formas y los límites de la estupidez. En su espectáculo de
grandes atmósferas se funden magistralmente música, danza, poesía y filosofía.
No es tan importante recalar en el Battiato individuo
como en el ser que diseña las formas de una vía adquirida, que estudia las
reacciones a los estímulos existenciales, resta importancia a los éxitos, razona sobre la emergencia de la
creación y el descubrimiento imprevisto.
Tenemos entonces el siguiente postulado: Franco
Battiato no se representa más a sí mismo y sí al hombre en un sentido general
como entidad.
Hay un mínimo de procesos energéticos y nerviosos
siempre presentes en todos nosotros; son estos aspectos los que interesan al
músico en cuestión. En la nueva música el sonido no es ya una limitación de la
naturaleza porque es naturaleza en sí mismo.
Todos los sonidos pueden fluir con la misma
intensidad. El sonido es un objeto en el mejor sentido de la palabra.
Pero aunque el hombre, el compositor, va
paralelamente abdicando de la superada visión de intérprete de la realidad para
hacerse, más humildemente, trámite del objeto creado, ha modificado
irrevocablemente su ingenuo artífice.
El esfuerzo de Battiato en sus múltiples facetas
artísticas debe ser guardado y juzgado más allá de todo como si se tratase de
otra persona que rinde ajena por conocerse más serenamente y mejorarse.
Battiato más allá de la industria del espectáculo
observa los innumerables coágulos efímeros que el pulso de la vida forma y
destruye continuamente. «Pongamos bajo llave al personal artístico y a la falsa
cultura», reza una de sus estrofas. «Las barricadas se alzan siempre por cuenta
de la burguesía, que ofrecefalsos mitos de progreso», cuenta otro verso en la
misma línea; «A rebelarse, estúpidos, que el agua de los ríos ya viene muy
crecida»...
En España nunca hemos entendido a Battiato. A pesar
de la popularidad y comercialidad de sus canciones –el maestro convierte
complejos poemas en tarareables canciones pop- sus letras han quedado para el
pueblo llano, impresas en el subconsciente colectivo como un chiste del que se
ríen los necios. ¿Sólo los cultivados pueden disfrutar de él?
El artesano que elabora música pura que genera en
quien la escucha sensaciones altamente emocionales no es la impresión de la
audiencia de esta cada vez más mezquina nación. Sin embargo aquí sí se percibe
así a personajes tan anodinos, mediocres, infumables y al mismo tiempo
compañeros generacionales de Battiato, como Michael Nyman.
Al lado de la mainstream (corriente principal) cuyo
curso rápido ha llevado al rock a través de tantos paisajes cambiantes, pero
también apartándolo de vanguardias torrenciales o turbulentas, existe una
confluencia caprichosa entre la pura investigación musical y una escritura
heredada del rock anglosajón y de las canciones tradicionales. Una confluencia
llamada Battiato.
La sociedad de hoy ofrece a los inquietos
posibilidades ilimitadas para experimentar con instrumentos, colores, efectos y
materiales. Battiato aprovecha las ventajas y disfruta explorando el potencial
formal que en los últimos treinta años han ofrecido la tecnología, las técnicas
de grabación, la imagen digital...
Sus formas atrevidas, sus suaves y racionales
ornamentos y en definitiva los finísimos detalles que campan a lo largo de sus
imaginativas piezas (que van de la simple canción pop a la ópera), materializan
su amor panteístico a la naturaleza tan característico de culturas primitivas.
Entre sus temas el homenaje es algo recurrente y si
Battisti rendía pleitesía a Hegel, Battiato lo hace a lo sufí pero también a
Nijinsky. Sonidos en libertad, reflejo de una rebelión estética y política que
sobrepasa ampliamente su ámbito musical.
Todo el discurso llevado a cabo por Battiato se
mueve en un cierto sentido: la convicción de una libertad y de una ilimitada
expansión del universo sonoro tratable.
Sonidos del circuito electromagnético, del cuerpo
humano, de los instrumentos tradicionales de la música popular.
Su gran mérito radica en no caer impulsivamente en
la antimúsica hecha de negación y, por lo tanto, culpable de los mismos límites
a priori contra los que lucha.
Battiato es revolucionario sin fáciles ironías, sin
presunciones, con humildad. Como un fragmento objetivo a la vez que importante
de la historia de un hombre; de la misma forma que cualquier otra impresión
sonora y por lo tanto emocional e inalcanzable.
Respirando todas las músicas que hay en el aire, el italiano evolutivo pero coherente encarnó en su momento una especie de futurismo tradicional. Francotirador de primera, conductor de sensaciones internas, absolutamente incomprendido aquí, Battiato es de los pocos creadores europeos que, trascendiendo y sobrviviendo a modas y estilos sucesivos, ha sabido explotar en solitario las inagotables riquezas de nuestra cultura mediterránea.
BATTIATO (MAS ALLA DE LA PASION)
por Dildo de
Congost
“En la presencia del amor,
la razón está muda,
deja a un lado palabras y discursos,
el instante es una bendición”
Diwan de Nurbakhsh, maestro sufí de la Orden
Nematullahi.
En “Nómadas”, Juri Camisasca, amigo y compositor de varios temas de Franco Battiato, refleja a la perfección los entresijos de la búsqueda espiritual que, como dice la letra, se encuentra al final de los caminos y fuera de la ciudad. En el videoclip de la canción (que todo aquel que lea estas líneas conocerá, pues no en vano vendió un millón de ejemplares en las Españas) imágenes de un Battiato cantando en pie, elegantemente vestido con traje y corbata, con unas gafas y una nariz tan grandes que parecen de broma y que le hacen dueño de un inconfundible perfil, se alternan con planos de grises ciudades que, según avanza la canción, se convierten en atractivos desiertos, primitivas callejuelas de pueblos musulmanes, señoriales mezquitas y hombres de oscura tez, ataviados con túnicas y turbantes, caminando lentamente en pos de la Verdad. Battiato ya era una verdadera pop star cuando grabó “Nómadas”, allá por 1987, pero el éxito artístico y comercial no ofuscó para nada su serena lucidez. Lejos de dormirse en los laureles, don Franco había iniciado, tiempo atrás, una búsqueda para expandir el conocimiento de su naturaleza interna, a través de Gurdieff y del sufismo. Paralelamente, fundó su propia editorial, L’Ottava, especializada en libros esotéricos (un poco en la línea de lo que hace Olañeta en España, pero con un catálogo menos disperso). Tras iniciarse en el uso de lenguajes musicales superiores, en 1995 Battiato conoce al filósofo Manlio Sgalambro, con quien comienza una colaboración más que fructífera: una ópera, varios álbumes de canciones pop, una comedia negra y, finalmente, el guión de la película que nos ocupa: “Perduto amore”. El director ha pasado de la música al cine en progresión geométrica, de la manera más natural del mundo, sin despeinar sus canas: “Creo que cambiar de medio es un divertimento, en el que a la vez no dejas de ser tú mismo. El medio es tuyo”.
Así, a sus 55 años y gracias a la ayuda de su amiga
y productora Simona Benzakein, Battiato debuta en el cine con una película
llena de vida, con luz y alma propias y tan profundamente personal que roza lo
autobiográfico, si bien el autor ha insistido en el hecho de que “no es un
filme sobre mi vida. Lo que sucede es que en general uno suele hablar de las
cosas que conoce”. Rodada a caballo entre Sicilia y Milán, “Perduto amore”
narra el periplo artístico y espiritual de un joven en la Italia de los 60,
primero en su aldea natal y más tarde en la gran ciudad. Viendo las poderosas
imágenes que Battiato ha logrado fundir con músicas de distintos géneros, desde
fragmentos de óperas a canciones populares de la época (no en vano el título de
la película es el mismo que el de un tema de Lorenzo Adamo que el propio
Battiato versionó en su disco “Fleurs 3”), viendo esas imágenes, decía, uno se
da cuenta que el largo viaje interior batiatiano no ha sido en vano y que este
hombre ha llegado ciertamente lejos en su camino hacia la Verdad. La mirada que
el compositor-director italiano echa sobre su tierra, sobre sus mujeres y sus
hombres, sobre sus paisajes, su cultura y sus subculturas, sobre sus interiores
y exteriores, es la de un iluminado, la de alguien que, mire lo que mire, lo ve
con brillo y objetividad. Como ocurría con aquel tendero de un cuento zen que,
al ser preguntado por su mejor producto, respondió “todos son el mejor”, en
“Perduto amore” todo es “lo mejor”: no hay altibajos, no hay tiempos muertos,
cada plano es un éxtasis y cada sonido un clímax. El conjunto se revela como un
film de una originalidad insólita, que logra en el espectador sensible una
sensación de paz y alegría, haciendo que salga del cine caminando algunos
centímetros por encima del suelo. La verdad está aquí dentro y Battiato la ha
encontrado por ciencia infusa, rodando como quien silba espontáneamente el
esqueleto de una ópera interior. Y todo ello... ¡sin recurrir a hurtar planos
de otros directores!: “Cuando se rueda por primera vez a mi edad no hay
referencias, porque el medio está a tu disposición. Tú sabes lo que quieres
conseguir y ahí está el medio para que lo hagas”, ha dicho el artista.
Como era de esperar, el público que asistió al pase
madrileño en el cine Bellas Artes era mayormente progre, carne de filmoteca
sociata que no terminó de entender la película, asaltando a su director (que se
prestó a un coloquio-rueda de prensa tras una de las proyecciones) con un
puñado de preguntas tontas y apreciaciones absurdas. En este sentido, Battiato
manifestó su decepción y afirmó que la película había tenido mejor acogida en
Barcelona. “Perduto amore” no se trata, en cualquier caso y pese a su
desarmante belleza, de un film fácil, y es lógico que un público que identifica
lo espiritual con viejas en misa y a los sufistas con los autores del 11-M
reaccione tan malamente. No se ha hecho la miel para la boca del asno. Pero el
buen espectador, esté interesado en disciplinas espirituales o no, sabrá
disfrutar de esta película más divina que humana y coherente en grado sumo con
la personalidad de su autor. Ni siquiera la aparición de Martirio o la
parrafada intelectualoide de Eco desentonan en un conjunto inmaculado y
sabiamente aderezado con sonidos escogidos por Battiato con gusto impecable:
“es música de autores que debieran haber tenido éxito y no lo tuvieron”, ha
dicho el director que, para su próxima película (que ya está escrita) contará
con la colaboración de Stockhausen, otro de sus “big name friends”.
Vayamos ahora (homenajeando a “¡Qué grande es el
cine!” jeje) con mi plano favorito de “Perduto amore”, el que ha quedado
grabado con luz cegadora en mis retinas: es la imagen del battiatiano
protagonista meditando frente a la máquina de escribir donde teclea su obra
maestra sobre la vida de un insecto (algo que, dicho sea de paso, me recordó
mucho al autor valenciano de tebeos Micharmut, cuyo último álbum, “Pip”, es
precisamente una historia de amor entre insectos). Ese momento grandioso de la
meditación, que no recuerdo haber visto reflejado jamás en otra obra
cinematográfica (y si así ha sido la cosa nunca había pasado, hasta ahora, de
caricaturas al nivel de aquel gurú de la impostura que Saza interpretó en “Una
vez al año ser hippy no hace daño”), en ese momento, decía, el director
italiano consigue transmitir al respetable lo que se siente al realizar ciertos
ejercicios espirituales, esa placentera e impagable elevación que puede llevar
al hombre, tan aferrado a la tierra, a la mismísima estratosfera desde el
centro de su cerebro.
Otro de los mayores logros de “Perduto amore” es
que, pese a narrar los entresijos de una iniciación artística y espiritual,
jamás cae en la solemnidad ni en la pedantería, cosa harto compleja para
alguien que aún está en El Camino, pero que debe ser muy fácil para un ser
excepcional como Battiato. La alegría de vivir, la naturalidad y el sentido del
humor más sano impregnan cada fotograma de la cinta. Pienso en la imagen del
protagonista y su novia aprendiendo los secretos del sexo tántrico a través de
una bizarra proyección de súper 8 en la que un peculiar maestro explica
cómicamente las posturas del kamasutra a adoptar.
No me extraña nada el hecho de que Battiato, en las
entrevistas concedidas a diversos medios de comunicación para promocionar su
película, arremetiera contra “La pasión de Cristo”, puesto que “Perduto amore”
es, precisamente, su reverso luminoso. En ambas cintas, los protagonistas
recorren un duro camino hacia la luz, o sea, que son representantes de un nuevo
supergénero cinematográfico que podríamos llamar (provisionalmente y mientras
los críticos de cine piensan algo mejor, que para eso les pagan) “cine
espiritual”. Pero a pesar de esta coincidencia genérica, ambas películas son
absolutamente antagónicas: mientras la obra de Gibson es oscura, carnal,
triste, desmesurada, brutal, poderosa y cruel, la de Battiato es brillante, etérea,
jubilosa, sencilla, seductora, alegre y pura. “La pasión de Cristo” es física,
mientras que “Perduto amore” es metafísica. “La Pasión” está llena de las
clásicas dualidades de la moral cristiana: hay buenos y malos, dioses y
diablos, judíos y cristianos. En “Perduto” no hay nada mejor ni peor, todo es
como es y, como tal, se acepta con mirada limpia y objetiva. Gibson, como todos
los cristianos, cree que Cristo (aproximadamente, un profeta) era un ser
inalcanzable, uno de los vértices de la santísima trinidad: por eso, filma de
rodillas y con los brazos en cruz; Battiato, como sufí, encuentra a Dios en su
interior, sin más complicaciones. Gibson filma con la rabia del fundamentalista
(lo cual es ya, de por si y en estos tiempos de mediocridad, un milagro); y
Battiato rueda con la lucidez del perfecto iluminado. “La pasión de Cristo” es
una maravillosa salvajada, casi una snuff rodada con la cámara del tiempo que,
en su plano estético, llega a rozar límites cronenbergianos (si no fuera por la
ausencia de la más mínima pretensión intelectual que tiene Gibson; una ausencia
que yo, dicho sea de paso, aplaudo). Pero, a pesar de que servidor, personal y
culturalmente, se encuentra más cerca del via crucis gibsoniano, se queda con
“Perduto amore”, porque demuestra que es posible, aún siendo mediterráneo,
llegar a algo con el sufismo y, de paso, hacer cine como Dios manda.
Hay una frase de Gurdieff, que suele repetir en
nuestras reuniones Rafa C., maestro zen y padre espiritual de esta web, que
dice más o menos así: “felicidad para el sabio y felicidad para el ignorante;
dolor y soledad para aquel que busca la Verdad”. Y el maestro Battiato, en una
reciente entrevista, declaró: “En este momento mi vida es hermosa. Y creo que
lo es bastante porque cada día cuando te despiertas cada cosa es siempre de un
placer y un gusto particular y eso es algo que no tiene precio”. Digamos
entonces, dando por zanjada esta odiosa comparación, que Gibson está hecho un
Cristo y sufre como un demonio y que Battiato, sencillamente, es Battiato, aquí
y ahora. Y sus respectivas obras, te gusten o no te gusten, no son más que
erupciones de sus almas. Que no es poco.
*escriban, con más fe que
Mahoma, a: dildodecongost@hotmail.com.